domingo, 23 de febrero de 2025


 Capítulo de vida en el Archipiélago de Chiloé en Chile. 


Hasta el menos creyente asocia a este lugar como vivir en el Paraíso, concepto relativo a Dios.

Y tiene mucho de verdad en el sentido que es un lugar donde natura se muestra bella y pura y gracias al valor y la fuerza espiritual de su gente que la protege, como lo que es ella, la verdadera madre naturaleza. 

Hay que vivir un invierno entre Isla e Isla, para sentir lo que son los sonidos que el clima expresa más intensamente de noche y día... entre colinas y colinas.

Aquí se conoce del valor de la importancia y de su significado, no hay algo que interrumpa o distraiga a los isleños, porque nacieron siendo alma de todo su habitad, ellos mismos son una mar agitada, pájaros al vuelo, balido, mugido, son silbido del viento, sobre cada techo se hacen nubes con su energía sobre estas islas lejanas.

Son voluntad y fuerza, construyen entre ellos... y con sus propias manos, ensamblan su barca y saben cuándo a la mar lanzarla. 

A quienes lleguen algunas vez a esta tierra amada, verán que la sencillez de su gente es su grandeza...porque sabe de lo que es caminar a pies descalzos, trabajar desde pequeños, ayudando a los hombres de mar o ha cruzar a otro igual, al otro lado del río...

En estas tierras lejanas del mundo, la responsabilidad y el compromiso es algo netamente innato en su gente, día a día, nada les impide trabajar o caminar, paso a paso, a hombres y mujeres con sus hijos aún en brazos... no es impedimento fuertes lluvias, 

viento o frío. 

Cada familia cosecha, siembra y cultiva y protege el alimento diario que le brinda su esfuerzo y su tierra querida. 

No necesitan ni saber leer ni escribir, porque llevan a flor de piel el profundo significado del ciclo de la naturaleza...

Para nosotros, mi esposo y yo, lejos de esta vida de intrínseco valor cultural, casi nos incomoda, reconocernos lejos del desarrollo humano de supervivencia y de lo increíblemente estructurados que nos hizo el urbanismo... cegándonos por sí mismos, las luces artificiales de la ciudad y la mirada del juicio. 

En este capítulo de vida y de vejez, donde vinimos de paso por Chiloé, hemos aprendido que Dios es el sustento, que aquí la palabra se cumple, que el chilote no conoce lo que es la mezquindad, como tampoco la pobreza y que si percibimos un dejo de desconfianza, es porque su propia naturaleza le regaló su dignidad y saber protegerla. 

Hoy elevamos una plegaria por estas cuarenta Islas de Chiloé y por el espíritu incomparable de su gente, quienes permiten que viajen por sus colinas... flores silvestres, insectos y animales. 


Susana Rodríguez Hidalgo 

www.yobipolar.com

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