La angustia afecta intensamente, al no saber que pensar. Pero cuando compartimos la angustia con otra persona cambia el estado de ánimo, porque entendemos que la vida no tiene tan solo una razón.
La angustia nos paraliza nos provoca miedo, pero si nos hacemos acompañar en el silencio de la oración, no solo se espanta el miedo, sino que se ilumina el espíritu.
La espiritualidad nos da lucidez para comprender de manera profunda las cosas.
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