Para enseñar no es necesario ser exigente, hay que recordar que uno tampoco sabía lo que está enseñando.
Cuando niña y adolescente no entendí las materias que se me enseñaron, pero reforcé las buenas conductas de mis abuelos y mis padres, porque mis profesores más bien valoraron mi comportamiento en relación a mis buenos modales y cortesía, conducta y presentación personal.
Lo que siempre asimilé sin mayor esfuerzo, fue lo relacionado a las danzas y el Ballet clásico, luego lo traspasé sin hacer diferencia alguna ni física, ni capacidad o falta de aptitud de mis alumnas, considerando que esta expresión más que estética nace del buen espiritu; luego mi transitar por el tratamiento de la psiquiatría y no por elección personal, sino por intervención externa que alteró mi vida, ha permitido enseñar a otros a través del reconocimiento de mi propia ignorancia con respecto al amor propio, la importancia de poner límites, distinguir claramente lo malo y lo bueno, hasta quedarnos con lo bueno y lo malo que se vaya de donde vino.
Cuando enseñes o ayudes a otro, no le pidas que corrija lo que tú no has corregido, por que todos hasta el último respiro, somos propietarios de las propias torpezas e ignorancia. Y aquel que no entienda tus buenas intenciones o buenas enseñanzas, no es cosa tuya, mas temprano que tarde, será esa misma persona, que le dé tu consejo a alguien que esté confundido.
Como dijo: Howard G. Hendricks. "La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino la de corazón a corazón".
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