Marité es una amiga de muchos años, la encontré molesta, angustiada y casi intolerante a escucharme. Agotada de no poder aceptar cómo es que las normas han cambiado, qué los jóvenes y los niños irrumpen, discuten y desobedecen.
Como no quiso escucharme, le escribí lo siguiente.
* Aunque tal vez no me quieras escuchar, igual voy a insistir en decirte que veas las problemáticas como parte de la vida y no motivo para sufrir.
Aunque tengas toda la razón, igual quiero acompañarte en tu diario vivir.
No te rindas, la raíz de las conductas fuera de lugar, vienen de tu hija y es a ella a quien tienes que decir "hija, quiero ayudarte a crecer, hágase cargo de su vida, que su madre no tiene la fortaleza para mostrarle el camino".
Yo, quería que hicieras esto que hiciste, observarte y concluir que no estás obligada a alivianar la carga de tus hijos, porque no es eso lo que necesitan, mas bien soltarlos para que solos distingan bien y mal.
Es tiempo para felicitarnos del deber cumplido.
Es tiempo de no estar dispuesto a resolver problemas ajenos.
Es tiempo de acompañar en silencio y no de correr.
Es tiempo de dar gracias a Dios que aún tenemos espacio para ser respetados y libres de dominios.
Iluminar el camino de la familia con oración y hacérselo saber, para que ellos lo hagan con sus hijos y que sepan que los padres solo están para las emergencias.
Mi amiga respondió: "Así será querida, no te quepa duda".
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