Antes de finalizar el año 2022 y a mis casi 74 años, puedo mirar mi pasado, más qué como una historia con algo cercano a la mitad de mi existencia acompañada de tratamiento con medicamentos, con inevitables períodos de crisis por miedos, pero lo más increíble, experimentar y luego reconocer conscientemente qué es locura, la que no tiene una explicación científica, pero sí una apreciación personal, qué así como existe lo bendito existe lo maligno y lo acepto como un ser más del universo, entendiendo que todo no es cosa de teoría, pero ahora al estar tranquila, puedo reconocer que me ha servido para saber qué la cordura no es un adorno ni un premio en mi existencia, es lo que me acompaña para distinguir qué me favorece y qué me perjudica, esa misma cordura es la que me permite correr menos riesgo de engaños y tentaciones.
Podría referirme al dolor y a lo que no me parece justo, sin embargo vivo agradecida de la experiencia, del reto del destino, principalmente porque encontré a quienes me rescataron de la odiosidad, haciéndome comprender qué no era yo quien se confundía, si no cuando menos esperaba la enfermedad bipolar anulaba mi buen espíritu, trastocando mi mente y haciéndome creer que lo único cierto era que solo merecía el padecimiento.
Sin embargo agradezco todo lo vivido, agradezco a la psiquiatría, al psicoanálisis y a la psicología y a aquellos médicos que me siguen mostrando a través del valor de su dedicación y conocimiento qué no soy la confusión, no soy delirio, ni quien genera el conflicto, soy como tantos seres humanos donde lo malo no toca la esencia, ese punto infinito, que si siente, se vuelve altruismo más que justicia, verdad espiritual más que buenas razones, humildad mas que ambición, como también más realidad qué romanticismo y es lo que en el tiempo deja demostrado que no es cierto aquello de lo qué ha querido convencerme el enemigo de lo bueno.
Con bipolaridad y sin ella, pareciera ser intrínseco en la persona dar importancia a la opinión ajena, siendo qué además de lo injusto que es perder la facultad de distinguir bien y mal, en nuestro caso nos adjudican cualquier irresponsabilidad e incoherencia como si fuera lo que nos identifica, siendo qué aquellas incoherencias que surgen de los observantes, aparentemente normales, no sirven para otra cosa qué presentarse como agresión, soy una de las personas que he enfrentado mi vida psíquica sin vestiduras ni adornos, porque he sido obediente en hacerme responsable de mis actos y de mis tratamientos.
En el tiempo es tan fácil distinguir lo que es acción y reacción enfermiza, porque luego qué recobramos el sentido espiritual y los cinco sentidos, olvidamos lo que se nos pasó por la cabeza y eso nos demuestra que los delirios son ajenos a lo que es nuestra verdad, porqué no somos capaces de elegir a conciencia tanta barbaridad. Es aquí donde puedo decir que en mi el dominio de algo oscuro y maligno, ha sido lo que me ató a la enfermedad y que algo divino me sigue rescatando ante todo del miedo, de ese miedo qué me enseñó que Dios me escucha y que aunque me corresponda sufrir, no dramatizo, no hay queja como tampoco rencores, porqué aprendí que aquello es cultivo para el espíritu negativo, no pretendo éxito ni felicidad desmedida, porque solo existe equilibrio con gratitud.
En toda esta etapa de transición puedo repasar lo aprendido:
Aprendí a saber perder, dejar pasar lo que me aflige, observar mis conductas, abandonar el prejuicio, comprender que otro es igual a mi en no darse cuenta de sus equivocaciones, guardar silencio, cerrar los párpados para conectarme con algo claro y verdadero, lo bueno es inmortal y a lo malo la oración lo espanta, el cambio de mentalidad todo lo cambia, el olvido no existe, todo se sabe, con religión y sin ella somos seres espirituales, además de instintivos, veraces, injustos y egoístas, pero capaces de volvernos humildes y bondadosos, lo que finalmente nos hace seguros y respetables, no olvido que el reconocimiento es pasajero y el compromiso eterno.
Y puedo dar fe de lo siguiente, qué sin abandonar el tratamiento de por vida la bipolaridad se calma, mientras nos observemos a si mismo para corregirnos voluntariamente, no necesitaremos mayor apoyo psicológico y qué más que adjudicarnos el reconocimiento de enfermos cíclicos, mejor demostremos lo capaces que somos de hacer felices a otros.
Susana Rodríguez Hidalgo.
Desde Isla Grande de Chiloé
Chile