Vivimos en un mundo materialista en el que pensamos que somos un cuerpo separado, frágil y finito. Que somos una existencia lineal, una memoria, una historia de anécdotas y recuerdos. La espiritualidad es saber que somos un espíritu eterno, energía, luz y en todo el Universo no hay separación. Saber que somos y hemos sido reales cuando somos conscientes de este PRESENTE, de este AHORA.
Cuesta entenderlo. Nos han educado para engrandecer nuestro ego y adornar nuestra personalidad poniéndonos diferentes etiquetas e identificaciones que nos alejan de nuestra esencia y de nuestra totalidad. Nos enseñan a juzgar y a juzgarnos, a criticar, a opinar sobre esto, aquello, aquel, aquella. Tener opinión, tener amigos, tener auto, tener ropa, tener trabajo, tener pareja, tener casa... En un mundo embriagado por el tener dejamos para segundo plano el SER. Somos algo mucho más allá del mundo del cuerpo y de las cosas y de las relaciones o las etiquetas. Todos somos luz, energía, vibración. ¿Pero qué significa esto? Que atraemos según cómo vibramos. A veces tenemos un problema y nos desgastamos pensando o haciendo y deshaciendo… nos estresamos para resolverlo. Y cuando soltamos la densa vibración de la preocupación y nos alienamos con la gratitud de que el problema se solucionará para el mejor bien, o el bien más alto y te entregas al desenlace.
Pasa también que cuando vibramos en gratitud, empatía y armonía interior, el drama externo pierde nuestro agarre o participación… cuesta mucho más que nos saquen de nuestras casillas y tenemos el super poder de convertir las energías negativas en positivas y sacar lo mejor de cada situación. En la calma y el sosiego nuestra esencia - lo más profundo que somos, nuestra chispa divina, nuestro amor incondicional y nuestra sabiduría primordial - emerge y armoniza nuestra existencia. Más allá del mundo de los egos y creado por y para ellos, todos somos consciencia amorosa, somos seres de gracia, seres de luz… la cual se fue apagando a medida que íbamos siendo educados, condicionados y asustados. Fuimos perdiendo la confianza, la aceptación y el gozo del existir y nos enseñaron que la verdad estaba afuera, y nos llenaron de normas y conocimientos totalmente ajenos a nuestra naturaleza divina. Nos hemos ido separando por tener distintas creencias, edades, partidos políticos, diagnósticos mentales, nacionalidad, gustos, preferencias, orientación sexual, religión, etc. Pero ¿quién somos en realidad?
Actualmente estamos viviendo un despertar… o querer despertar. Un volver a lo esencial, a sanar y despojarse de lo que nos aleja de nuestra paz, para poder ser seres compasivos, sin juzgar. Para poder abrazar nuestro libre albedrío y el de los que nos rodean. Y así permitirnos ser quienes somos. Revelar quienes somos y amar quienes somos.
Dejar de timonear con la mente y volver a dirigirse con el corazón. Volver a creer en lo bueno, en lo mágico, en lo milagroso, en lo maravilloso, en lo bello, en lo real que podemos ser más allá de nuestros miedos.
María Ignacia Vargas.
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