No hay felicidad mientras no aprendamos a poner límites.
La libertad como las tentaciones, son motivos de creernos dueños absolutos de nuestras decisiones, los estímulos externos, pueden ser una fácil manera de actuar "sin habernos preparado antes" para saber separar "la buena disposición" con la "responsabilidad" personal frente a los hechos.
En todo orden de cosas, poner límites es la manera de mantener cierta distancia de respeto en la convivencia diaria con la propia familia y la comunidad.
No es posible creer que estar dispuesto a aceptar cualquier trato o sugerencia, significa que vamos a quedar bien, definir sus propios límites, nos ayuda a evitar conflictos y a relacionarnos de manera juiciosa.
Siempre se recomienda saber decir No, habiendo muchas maneras de hacerlo, una de esas maneras sería decir: "Así como respeto, también entiendo que se me debe respetar".
La felicidad puede volverse algo más que un instante, cuando lo que nos proponemos es vivir tranquilos, para entregar tranquilidad.
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