Poner atención a uno mismo a lo que siente, piensa, intuye o percibe, pasa a ser una necesidad básica para lograr entender qué, esta vibración constante que nos mantiene inquietos, tiene una real explicación.
Darme cuenta que ser sensible no era algo a mi favor, me permitió aprender a separar lo que me pertenece y lo que no, he logrado ser realista en el sentido de reconocer que de acuerdo a lo ocurre en mi vida, de todo no soy yo la responsable.
Antes no pensaba así, porque anteponía los deberes más que considerar mis derechos, sin darme cuenta mi motor era la sumisión, pero el motivo no lo movía el haber sido exigida, por el contrario, fue por haber recibido una crianza de admiración, respeto y cariño, además de mis padres, mis hermanos, abuelos, parientes, vecinos, profesores y luego contraje matrimonio con un hombre, padre de mis dos hijos, prudente, honesto, que nunca me ha faltado el respeto ni a mí ni a nuestros hijos. Todo eso me hacía ser agradecida, respetuosa y atenta con todas las personas.
Pero, existía una realidad ajena, desconocida y perjudicial, que me llevó a sufrir una enfermedad mental, sin destruir mi humildad ni mi fe, como tampoco pudo impedir que recuperara mi cordura, lo que tanto agradezco a Dios y a la psiquiatría, que me permite comprobar que ni siquiera el rencor logró entrar en mi.
Y aunque creamos que no existen recetas, puedo asegurar que además del tratamiento, vale la pena, poner atención a lo que uno siente, percibe, intuye y luego piensa, porque solo uno mismo, a través de eso, sabe a qué está expuesto y entonces "qué me hace bien y qué me hace mal" nadie más que el propio espíritu es quien puede controlar los hechos.
Todo lo que nos agrada o desagrada es producto de algo que nos ocurrió antes que lo reconozcamos, pero no todo nos pertenece como autores, culpables o responsables, simplemente son cosas de la vida.
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