De mis relaciones más estrechas y perdurables, siguen siendo aquellas
que se han generado con personas, con las que nos hemos visto en la necesidad
de buscar la manera de comprendernos a sí mismo.
Unos más soberbios, otros más escépticos y otros mejor
dispuestos de aprender de quienes, aun habiendo recorrido momentos menos
apacibles, demuestran ser más agradecidos de la fe, del tratamiento y de no haber dudado en
responder a esa obligación de atender primero al vaso de agua y a los
medicamentos.
Esta patología no es solo saber que es una dolencia afectiva,
sino que es un motivo de estudio de cada persona diagnosticada, porque de no
considerar que al tratarse de un mal relacionado con lo que sentimos, genera
una relación no con un dolor puntual, sino con lo más específico de la
existencia el Ser, es decir con la propia esencia humana.
De allí que la inquietud de examinar quien es
uno mismo, nos ayudará a buscar respuestas en todas las ramas que nos enseñen a
vincularnos con el conocimiento más profundo del ser humano.
Después de un mundo idealizado por mi romanticismo y luego de pasar por el túnel de la oscuridad y de la creencia que todo era mentira y nada
era verdad, nunca más dejé de buscar respuestas en todo aquello que pudiera demostrarme que yo era más de alguien.
Y puse atención a todo aquello que se acercó a mí, para
quitarme el sentido de culpar a mi equivocación por lo que estaba pasando.
Y fui uniendo, el aprendizaje que me fue entregando la
psiquiatría, la sabiduría del psicoanálisis, del aporte de la psicología y de la mejor fuente de reflexión, la Filosofía y de ese alimento único como lo es siempre mi espiritualidad, un todo hecho motivación para purificar lo que nunca antes entendí; nadie sabe más que quien lo sufre lo que es el dolor, pero es al dolor al que
le debo entender lo que antes no entendí.
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