Los estudios
de la ciencia nos ayudan no sólo a saber que el trastorno del ánimo tiene tratamiento,
sino a conocer cómo es que una
enfermedad que se desarrolla por aquello que nos duele, nos confunde y tiene el poder no solo de apartarnos de la realidad sino de destruir la paz.
Aún siendo un
misterio para la misma ciencia el origen de la enfermedad, quienes hemos
sido víctima de este mal, podemos encontrar una verdad en sí mismo del
porqué ser presa de ella y como salir de ella.
Cada día
somos más personas en el mundo expuestos al desequilibrio psíquico, según
yo, por falta de protección espiritual.
Esa es mi propia verdad, pero mi verdad no es universal.
Es así como
quien experimenta esta realidad, pasa a ser aprendiz de su propia escuela de existencia humana, la
que nos enseña a que no son los deseos, ni el color de piel, profesión u origen social el valor de persona, sino que para amar, primero tenemos que amar y proteger a nuestra
propia naturaleza.
Aprendemos que es necesario ser justo en el amor propio y estricto en la autoconfianza, que la culpa
es una carga que pesa toda la vida cuando hacemos cargo a otro, como a sí mismo, pero más vale hacer conciencia de los propios actos, para corregirlos como para perfeccionarlos.
Además de la inteligencia la bipolaridad otorga dones genéticos, los que de perder
el miedo a lo indefendible, nos da cierta connotación de privilegio en el sentido
de la intuición, la percepción y la creatividad, lo que de
sanar el alma, no es motivo de autodefensa, sino que dones para custodiar el buen espíritu.
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