Cuando no sabemos qué nos ocurre,
cuando nada nos despierta a la plenitud, sino más bien a dar todo por perdido,
no es que seamos poco inteligentes o poco profundos, más de una vez es porque
nuestros sentimientos, tienen más valor que nuestra propia razón de entender qué nos sirve para estar mejor.
Cuando nuestro propio espíritu sufre
un vuelco de pesar, ni los más bellos recuerdos, ni la más importante
proposición, nos rescata de lo que se transforma en la única verdad y pueden
pasar infinitos días y horas y ni el sol ni las estrellas, existen para merecer
entender que todo está ahí, para demostrarnos que aunque no queramos, lo más
significativo de la vida, es que cualquier momento y estado siempre cambia.
Encontré a una persona que
buscaba con quien compartir algo que lo hiciera salir del vacío, después que su
esposa dejara de existir.
Dijo no tener con quien hablar
sus cosas sensibles, ni con quien compartir lo que siente, sus amigos hombres
más bien toman a la broma este pasaje de viudez y su relato no es para bromear
ni para mirarlo como una anécdota más de su vida, su realidad es una respetable verdad por
conocer.
Entonces, dije: Lo invito si Ud.
quiere a compartir conmigo aquello sensible y sereno, yo puedo hacer de oído
discreto y comprensivo y él despertó a una iniciativa que surgió de ese
entendimiento a lo significativo que debe ser perder lo irremplazable y que sin haberlo
vivido, no se puede saber lo que se debe sentir.
Así es como a la distancia hoy aliento
su espíritu que de tanto añorar lo vivido, dejó de ser importante para él “el
mismo” así es como de tanto amar podemos perder el sentido de vida abandonando la
alegría; su jardín, su hogar brilla igual en honor a ella, pero el eco de lo
compartido se durmió, pero no es cierto que eso es motivo para desfallecer.
Entonces, hablamos del Señor y la
luz para él llegó, su fe dormida se avivó y agradeció entender que su amada
descansa en la plenitud espiritual, entenderlo, hizo poner de pie su fortaleza y
creció su gratitud en la paz y en el valor único que tiene el propio final en
la vida, al fin vivir la verdadera vida espiritual.
Ese balance de haber dejado de
valorar todos sus esfuerzos con los que logró construir un bienestar, para complacer
ante todo a su amada, tomaron vida de nuevo, porque el precio de su dedicación
no surgió de la nada, surgió de su fuente de amor, de su corazón generoso por
hacer feliz a ella y a sus hijos, hoy es hora de mirarse
a sí mismo, dando gracias a Dios por las virtudes que Él le regaló.
Marisol.
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