Antes de finalizar el encuentro de hoy y pedir a cada uno de los asistentes, que concluya en base a lo compartido, aparecen comentarios sobre los prejuicios con los que venían a la reunión y cómo después de la experiencia vivida, cambia esto, transformándose en una apreciación diferente a esa idea de creer encontrarse allí, con personas perdidas mentalmente o de ir a enfrentar un ambiente de algarabía.
Lo que menos imaginaron fue lo que siempre logramos en conjunto, pensar, reflexionar.
Primero, reflexionar sobre sí mismo, sobre las propias conductas y el ambiente da para hacerlo sin temores, sin esa vergüenza de reconocerse que al igual que cualquier otro, podemos equivocarnos y otras veces felicitarnos y a veces, hasta ser aplaudidos por deshacerse de esa voluntad ciega que no nos despeja, sino que más bien nos arruina.
No desacomodan las diferencias de edades, Marité de 18 años, ayudó a aclararse a los padres de una profesional de 42 años que no obedece a seguir el tratamiento, por querer conservar su silueta y hoy, ni siquiera debe darse cuenta de cómo luce, al estar en un sentido de desequilibrio.
El padre de ella, también confesó no ir convencido que podría servir de algo asistir, y lo cierto que cambió su perspectiva, dispuesto a tomar con paciencia la situación de la paciente y al escuchar a otros, quienes hemos experimentado los cambios de ánimo, le permitió que se le hiciera más creíble la enfermedad.
Esta enfermedad que es como el resfrío, el que para conseguirlo, basta solo de un cambio de temperatura para que el organismo se enferme, a la bipolaridad en cambio le basta solo dos cosas para que se desencadene: que nos duela fuertemente el alma, o no seguir el tratamiento que todos esperamos encontrar, algún día, en el médico adecuado.
Lecciones hay muchas, en nuestras reuniones a todos nos dejan enseñanzas las conclusiones.
lunes, 12 de septiembre de 2011
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